" Todo es culpa de la luna..."

La historia del Universo es quizá una de las más fascinantes historias que jamás haya podido contarse. Una historia de constantes cambios y movimiento en la que la humanidad vive inmersa; inconscientemente inmersa diría yo. Digo inconscientemente inmersa porque la gran mayoría de nosotros no somos conscientes de que por estático que parezca nuestro mundo, realmente se mueve frenéticamente.


Si nos dijeran que hubo una época en la que no existía ni la Luna no nos lo creeríamos. Y la fascinante realidad es esa. Hace 4.500 millones de años no existía la Luna, ni la Tierra tal y como la conocemos. No por lo menos hasta que dos planetas chocaron uniéndose para formar la Tierra. Pero aquella brutal colisión también proyectó al espacio numerosas rocas. Entre ellas una de gran tamaño que dio lugar a la Luna. A partir de entonces la fuerza de la gravedad ha puesto orden y “ha estabilizado” el sistema que hoy forman la Tierra y la Luna. Y escribo entre comillas, porque como explicaré más adelante, seguimos viviendo en un sistema planetario eternamente cambiante y en movimiento. Si lo medimos en escalas temporales astronómicas, claro.




Todos sabemos que la Luna tiene influencia sobre la Tierra. Ya lo dijo William Shakespeare en su célebre cita " Todo es culpa de la luna, cuando se acerca demasiado a la tierra todos se vuelven locos". No es el objeto de este texto disertar sobre la cordura y la locura, ni mucho menos su relación con el campo gravitatorio lunar. Pero sí quiero hablar sobre efecto lunar que más conocemos los ciudadanos de a pie: el de las mareas. Los habitantes de la costa conocen al dedillo esas subidas y bajadas del nivel del mar. Incluso saben que la complejidad que gobierna la existencia de mareas tanto vivas como muertas viene de la superposición “constructiva o destructiva” de las fuerzas gravitatorias que ejercen tanto el Sol como la Luna sobre las masas de agua que forman los océanos. La Luna por lo tanto condiciona toda la geografía litoral.



Pero además las mareas posibilitan el movimiento de las corrientes marinas en las grandes masas de agua. Sin dichos movimientos la rica y compleja vida de nuestros océanos no sería posible, y por tanto tampoco la de muchísimas especies terrestres.


Por si todo esto fuera poco las mareas tienen otro efecto que ha condicionado en mayor medida la vida en la Tierra. Y es que las mareas frenan el movimiento de rotación de la Tierra. Actualmente el periodo de rotación de la Tierra es de 24 horas, pero sin el efecto de frenado de las masas oceánicas de agua a lo largo de la historia de la Tierra y la Luna el periodo sería de unas 8 horas. Esto es, una velocidad de rotación 3 veces mayor. Este efecto de frenado es consecuencia de la fricción en los fondos de los océanos en el movimiento relativo entre las masas de agua y la Tierra.


Ciclos de noche y día de 8 horas nos parecen inimaginables. Y es obvio que sólo ese cambio hubiera condicionado la inexistencia de muchas de las especies que actualmente habitamos el planeta. Pero esa vertiginosa velocidad de rotación de la Tierra hubiera tenido una consecuencia aún más devastadora. Todos sabemos que el eje de rotación de la Tierra no es perpendicular al plano de rotación ( eclíptica ) de la Tierra entorno al Sol. Dicho eje tiene una inclinación de unos 23º y técnicamente es denominada como Inclinación axial u oblicuidad. Dicha inclinación es uno de los factores de mayor importancia a la hora de condicionar el clima en la Tierra ya que establece el ángulo de incidencia de la radiación solar. Resulta que ese ángulo de inclinación de 23º se mantiene constante ( a escala temporal humana ) gracias a la moderada velocidad de rotación terrestre que la Luna a establecido en la Tierra. Las elevadas velocidades de rotación que la tierra hubiera tenido en caso de no existir la Luna hubieran propiciado que nuestro planeta girara alocadamente con un gran balanceo del eje de rotación, como si de una peonza fuera de equilibrio se tratara. Dichos movimientos “bruscos” del eje de rotación hubieran propiciado también un clima mucho más extremo y caótico en la Tierra que no hubiera permitido la vida tal y como la conocemos.




Observamos por tanto que los efectos gravitatorios de la Luna condicionan el movimiento orbital de la Tierra, y dicho movimiento condiciona el clima terrestre. Fue precisamente el astrónomo y geofísico Milutin Milankovic quien estudió en la década de 1920 los cambios en el clima propiciados por la variación en los movimientos orbitales de la tierra a escala temporal astronómica. A dichos ciclos de calentamiento y enfriamiento de la tierra se les denomina Ciclos de Milankovic. Y además del efecto que ya hemos descrito de la Inclinación Axial explican los efectos de la variación de la Excentricidad de la órbita terrestre alrededor del Sol o el fenómeno de la Precesión Apsidal. Ambos debidos a las influencias gravitatorias de Júpiter y Saturno. Así como el fenómeno de la Precesión Axial debido al Sol.


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