Maestros, psicólogos y neurocientíficos sumando en neuroeducación

La neuroeducación es una disciplina que nace de la puesta en común del conocimiento tanto de las neurociencias, como la psicología como la educación. Su objetivo principal es integrar los diversos conocimientos sobre el funcionamiento del cerebro con el objetivo de mejorar el proceso educativo en las aulas. A pesar de parecer un planteamiento innovador se lleva trabajando en ello desde la década de 1970, a pesar de que los mayores avances se hayan dado en el siglo XXI.




Cada disciplina aporta su granito de arena a la disciplina de la neuroeducación que comparten. La psicología aporta las teorías sobre el funcionamiento cognitivo y la conducta humana. La educación aporta prácticas pedagógicas sancionadas positivamente por la práctica. Y la neurociencia aporta el conocimiento sobre le funcionamiento del sistema nervioso para poder aportar mejoras en los procesos educativos. En ese sentido muchas de las propuestas de la neuroeducación no son novedosas sino que provienen de la experiencia de docentes. Sin embargo la neurociencia proporciona la explicación del por qué de su éxito, además de dotar de rigor científico y credibilidad a las propuestas de maestros y maestras.





Una de las evidencias que aporta la neurociencia es que los humanos tenemos un cerebro que está diseñado para aprender a lo largo de toda la vida. Nuestros cerebros cuentan con mecanismos de plasticidad neural y sináptica que permiten que el cerebro se modifique él mismo gracias a las experiencias vividas. De esta forma, ya que aprender es inevitable, desde la educación debemos procurar aprovechar al máximo esta capacidad ofreciendo experiencias de aprendizaje ricas y que potencien ese hambre de aprendizaje innata de nuestros cerebros.


Esta plasticidad de nuestro cerebro, y su consecuente capacidad de aprendizaje, proviene de la inmadurez con la que nacemos los seres humanos. El aumento del craneo de nuestra especie y la disminución del tamaño de la pelvis propició que evolutivamente nuestra especie redujera el periodo de embarazo. Así nuestros hijos nacen lo suficientemente maduros para sobrevivir en el exterior pero lo suficientemente inmaduros para poder atravesar el canal del parto. Este nacimiento inmaduro se traduce en que nuestra especie tiene una infancia muy prolongada con un alto grado de plasticidad y una capacidad de aprendizaje mucho mayor que el resto de especies.


La plasticidad de nuestro cerebro es mucho más acusada en los primeros años de vida. Cuestión que confiera a nuestros niños tanto una capacidad de aprendizaje enorme como una mayor vulnerabilidad a factores nocivos del entorno. Así, tanto la neurociencia como la psicología corroboran que una atención temprana de calidad, afectuosa y que responda a las necesidades reales del niño como soporte para afrontar los factores estresores que le pueda presentar la vida ayuda a la construcción de una personalidad más resiliente y asertiva, convirtiéndose esta atención en factor protector para el desarrollo de enfermedades tanto físicas como mentales. En este sentido se revela importante el establecimiento de vínculo de apego seguro con la persona o personas cuidadoras principales.



También habría que destacar que la neuroeducación ha subrayado como diversos factores mejoran los procesos educativos: la alimentación, descanso, ejercicio, emociones, motivación, uno de las funciones ejecutivas,….


No obstante, y a pesar de los avances, hay que citar que los resultados reales en la práctica educativa son modestos en relación a la espectativas que creó la disciplina. Ello se debe a multitud de factores. Por un lado existen importantes diferencias culturales entre las neurociencias y la educación que dificultan la colaboración entre ambas ramas del conocimiento. Por otro lado hay que mencionar, que a pesar de que la tecnología de la neurociencia haya evolucionado mucho, dichos avances de momento sólo se aplican en experimentos a escala de laboratorio. Así dicha experimentación no ha llegado a la escala compleja de la práctica en el aula.



Tampoco podemos obviar el fenómeno de la aparición de los neuromitos. Algunos datos neurocientíficos han sido simplificados, manipulados y malinterpretados convirtiéndose en creencias erróneas sobre el funcionamiento del cerebro y la práctica docente. Destacamos los neuromitos referentes a que sólo utilizamos el 10% de nuestro cerebro, a la existencia de estilos preferentes de aprendizaje por personas, o a la existencia de diferencias en el aprendizaje según sexos. La mayoría de ellos provienen de visiones simplificadas del funcionamiento cerebral a pesar de conocerse que nuestro cerebro es el órgano más complejo.





Otro de los factores que ha favorecido la aparición de neuromitos o de fraudes entorno a la neuroeducación ha sido la neurofilia o la moda por las neurociencias. La información neurocientífica deslumbra y atrae a los legos en este campo. Y esta capacidad de seducción ha atraído a diferentes organizaciones o empresas con fines económicos a la comercialización de neuroproductos o productos educativos que prometen la estimulación de niños, etc…La mayoría de estos productos comerciales no han sido avalados por resultados científicos. No se puede despreciar que la denominada industria del “ Brain Trainning” mueve mas de 300 millones de dólares sólo en EEUU.


Por todo ello es importante concluir que a pesar de que la neuroeducación puede hacer grandes aportes a nuestra sociedad hay que actuar con prudencia y cautela. Tenemos que intentar huir de cierto tecnoptimismo y saber abordar cada disciplina desde su correcto ángulo. Debemos seguir reservando el espacio de los procesos de enseñanza y aprendizaje a los y las maestras. Ya que son quienes cuentan con formación y experiencia suficiente. Y otorgar a los neurocientíficos el papel de sostener y explicar las teorías pedagógicas ya existentes sin pedirles soluciones mágicas a los problemas educativos.


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